sábado, 18 de diciembre de 2004

De poesía y nombres (cuatro días)

Es miércoles y un taxi nos aleja de ayer y de mañana. Mercedes Serna me había comentado que en Caixa Forum recitarían Antonio Gamoneda y Rodolfo Häsler, la noche queda atrás, también la noche. La sala muda escucha un rumor de ciudades en labios del cubano y, después, el arcano sentir de Gamoneda desde un frío imposible y una voz que se enciende:

No tengo miedo ni esperanza. Desde un hotel exterior al destino, veo una playa negra y, lejanos, los grandes párpados de una ciudad cuyo dolor no me concierne.



Ya en la calle, más tarde, unos cuantos asistentes conversamos de poetas y editores y revistas, después la soledad hasta que llega el viernes y, en el ICCI, se encuentran Antonio Tello y Ernesto Pérez Zúñiga en un diálogo lector que busca encuentros. Pienso en ese gran poema de Antonio, "Caricia", del que hablaremos luego caminando por una ya distinta Diagonal nocturna:

El agua confía en la corriente.
La piedra en la quietud.
El agua y la piedra gozan del encuentro.
¿Qué provoca la caricia?
¿La insistencia del agua?
¿La espera de la piedra?
¿O acaso el deseo de ser del río?

Entre los asistentes al diálogo está Carlos Vitale, algo mejor, en lo visible, de sus últimas dolencias. Esa misma tarde he recibido su último libro, publicado por Candaya con el mismo entusiasmo de los anteriores, el perfil de la colección va adquiriendo volumen, la sensibilidad de Paco y Olga no admite discusiones. No me sorprende la cubierta azul, hojeo más que atiendo a esos breves poemas de rara intensidad que ya conozco y en cada línea veo los ojos brillantes del poeta, su lúcida mirada silenciosa, la sabia luz azul, pero... ¿cómo escribir mi afecto?...

Aire de mar
cielo del Sur
lluvia de mí


Y unos cuantos acabamos compartiendo mesa y charla en el Sorrento. Copas ya en casa de Antonio, conversación con Joan de la Vega, a quien no conocía, poeta que aún desconozco, y editor, La garúa. Noche callejera, la vuelta a casa lenta, tan lenta que casi no llego, y su mensaje por correo electrónico cuando ya despunta el alba: Eduardo Moga a las 11,00 en la librería Catalònia.

Caigo, y apenas me estremece la caída.


Leí Las horas y los labios antes del pasado verano, tal vez el único libro de poemas que he leído dos veces seguidas, de un tirón, tal vez el mejor libro de poemas que he leído en mucho tiempo, tal vez la voz más sugerente entre quienes tienen una edad similar a la mía, tal vez la envidia más inconfesable y confesada. Sala breve de arcadas a la luz, voz serena y segura, textos graves de horas y de labios en un yo que se expande por estancias y en cajones, sobre las mesas y entre las avenidas, en asientos de trenes subterráneos y en la luz expansiva de la muerte o en la escrita presencia de la vida. Una cita a Gamoneda cierra el círculo, queda Cuerpo sin mí, versos de sangre contenida, algunos esparcidos ya en revistas, otros inéditos, que aguardan un editor que han de encontrar seguro.

Libros que son presentes y futuros, voces ya imperceptibles al oído, manzanas nuevas que marcan con su aroma este desván de sueños sin remedio. Me ofrece Joan la posibilidad de hablar con Eduardo, pero me siento ya tan vulnerable que recupero, si acaso la perdí, mi timidez de antaño y, siempre agradecido, me diluyo en la calle, el sol de invierno, esa alegría rara que te empaña los ojos, esa tristeza intensa que te congela el alma, mientras los pies te llevan a una esquina, un café de sol de fuego recortado entre el azul "cuerpo sin mí". Solo y sólo en palabras de una sombra, por no tener ni miedo ni esperanza.