miércoles, 3 de mayo de 2006

Y me arrepentiré

Aprovecho unas copas de más, una oscura ebriedad de circunstancias, para enhebrar a vuelapluma palabras que mañana me avergüencen, y qué más da…

Recibo libros, veo libros, leo libros. Una marea incesante que surge de cualquier lugar, unas veces con la alegría espontánea del autor, otras con la intención regida por el ego. Y yo, de pronto, veo la montaña que, por carecer de tiempo, crece como aquel rayo que no cesa, y pienso en mí sin saber si es que me asiste algún derecho.

Parecía que ser poeta implicaba tener un libro publicado, parecía, me parecía a mí cuando la juventud, bañada en ilusiones, dibujaba con ingenuidad los sueños. Cuánta tristeza de pájaros mojados. Y así me prometí no publicar jamás, como si fuese decisión lo que es condena: saber cuán pobres pueden ser los propios versos.

Quien nunca vio sus libros publicados se ve abocado al comentario de lo ajeno, quisiera pensar que no hay envidia y que el dolor es sólo pasajero.

Quisiera un antifaz, que alguien me preste una máscara sin duelo, la fuerza necesaria para quemarlo todo: llamad urgentemente al fuego.